Llegué a ese trabajo nuevo con mucha ilusión pensando que en este punto el desvelo y el esfuerzo por fin valían, cumpliendo sueños, alcanzando a tener una probada de eso que todos llaman "el éxito" y en el fondo un poco de esa búsqueda de reconocimiento que nace desde que eres niño y los adultos esperan algo de ti.
La jefa se presentó, me indicó mi lugar y los textos que tenía que revisar, me emocionó ver ese escritorio limpio y sin historia que podría hacer de el mi sitio, ya estaba pensando en traer mi taza favorita, un porta retratos con su foto y una minúscula macetita con una suculenta.
Cuanto comencé a instalarme me dí cuenta de los detalles en el escritorio, pequeñas historias contadas a través de manchas de tinta, barniz de uñas y algunas marcas de antiguos empleados, no pude evitar imaginarme cuantas historias podía contar ahora ese escritorio.
El día pasó y todo iba muy bien hasta que te vi, sentí un latir acelerado y juro que podía escuchar el tuyo.
Siempre tuve debilidad por el cabello rizado, me recuerda a los giros del humo del cigarro, creía que conocería el amor en un parque o en una sala de espera de autobuses, pero te encontré allí sin ser extraordinario, en el comedor de una de las miles de oficinas grises de la ciudad.
No reías pero tenías la sonrisa de alguien que sueña y ese golpetear nervioso de tu pulgar izquierdo.
Ojalá mis decisiones me hubieran llevado a otro sitio, a cualquiera menos a este, pero se que las olas siempre llegan a la costa para destruirse y volver al océano.